Redes sociales, dopamina y lectura
Probablemente, no haya leído más libros que los suyos. Bueno, sí, Tuareg de Alberto Vázquez-Figueroa y El Fin de la Eternidad, de Isaac Asimov. Y alguno que se me escape. Y todo esto teniendo en cuenta que empecé a leer mi primer libro de King con unos 16 o 17 años... y tengo 40. Con esto quiero decir que probablemente lo de leer no sea mi fuerte, pero sí he sabido apreciar la buena lectura.
Eso me lleva al siguiente punto. Si no soy lector, y no me hace falta para el día a día, es algo que puedo dejar a un lado durante largos periodos. Y si encima tengo las redes sociales, con su poder de atracción y la inyección fácil de dopamina, podemos concluir que no es el mejor cóctel para favorecer el hábito de la lectura.
¿Pero qué es eso de la dopamina? Bueno, es un neurotransmisor, que es el que se suele asociar con el placer. No voy a entrar en detalles técnicos, porque ni soy experto ni es el lugar adecuado. Pero cuando hacemos algo que nos gusta, segregamos dopamina, que vendría a ser como nuestra recompensa (¡Pávlov, prepara la campanita!). Casi siempre estamos preparados para soportar cierto grado de concentración y paciencia sin dopamina antes de conseguir nuestra dosis, por eso podemos hacer algo aburrido antes de ver nuestro trabajo terminado.
Pero eso con las redes sociales ha cambiado. Ahora nos podemos inyectar dopamina entrando en Twitter, Facebook o TikTok. Las redes sociales son, en su base, una inyección de dopamina instantánea. Esto hace que no necesitemos hacer trabajos aburridos para nuestra dosis diaria, porque sólo tenemos que abrir su aplicación y allí está, en vena. Aunque claro, esto tiene su contrapartida: nos hacemos dependientes. Lo que lleva a un punto muy grave, que es la poca tolerancia a la frustración y el aburrimiento.
El aburrimiento, eso que nos hace ser más creativos o pensar en cosas ingeniosas. Eso lo estamos perdiendo, porque no nos dejan, enviándonos continuos estímulos que nos dicen "no puedes estar aburrido". Incluso haciendo que te veas como un bicho raro: "Si te aburres es porque quieres".
Respecto a la frustración, va de la mano de la concentración. Si no eres capaz de recibir la dosis de dopamina que te dan otras tareas, te frustras. ¿Y dónde conduce esto? Efectivamente, procrastinación. Yo, como todo el mundo, la he sufrido, y da mucha rabia estar haciendo algo y tener la necesidad de buscar otra tarea, la que sea, para sentirte lleno.
Y creo que las redes sociales pueden tener parte de la culpa de todo esto. No porque podamos hacer uso de ellas cuando estemos trabajando (que también), sino porque en realidad estamos entrenando a nuestro cerebro a poder recibir su dosis de dopamina cuando lo necesite.
Yo aprendí esto de un vídeo que hablaba del ayuno de dopamina. Consiste en quitar todo lo que nos da placer instantáneo, para desintoxicar al cerebro. Luego, leyendo artículos sobre el tema, parece que la cosa es un poco más complicada, y no sólo interviene la dopamina, sino que está relacionado también con el uso que le damos a nuestro tiempo y cómo lo organicemos. Sin embargo, se llame como se llame o qué mecanismos se activen, después de probarlo durante un tiempo, entendí lo que había más allá, y qué ocurría detrás de mi rutina diaria. Y sobre todo, qué tenía que hacer para cambiarla.
Lo probé una semana aproximadamente. El chico del vídeo hablaba de que poco a poco teníamos que sustituir esos momentos en los que en otra ocasión hubiéramos recurrido a esas tareas que te daban placer instantáneo (sí, esa que estás pensando también la incluía en la lista) por otras que queríamos hacer pero que eran "aburridas".
Durante esa semana, fui más productivo, me concentraba más e incluso dormía un poco mejor. Tal vez no todo sea consecuencia del tal ayuno de dopamina, pero sí me ayudó a darme cuenta de lo que fallaba. Cuando dejé de hacerlo y volví a mi práctica habitual de redes sociales diarias a todas horas o cuando me aburría, comprendí que el problema no era la dopamina en sí, sino el uso que le daba a mi tiempo, como decían los artículos que leí.
Comprendí que realmente las redes sociales se habían vuelto un problema. Eran un lugar donde iba porque tenía que hacerlo, porque siempre había sido así, pero no me aportaban nada, estaba más tiempo enfadado e irritado que disfrutando. Ya no aprendía, sino que me deslizaba por el timeline o el muro correspondiente para perder el tiempo con contenido que, en el fondo, no me gustaba. Sí, lo veía, me reconfortaba verlo, pero no me gustaba, no me divertía, no aprendía. Sólo estaba feliz por estar delante de aquel contenido, pero no por su contenido en sí, sino por el hecho de verlo.
Y mientras tanto, en mi estantería había un libro, que llevaba queriendo leer desde que lo compré en 2012. Se trataba de El viento por la cerradura, de Stephen King (obviamente). No miento si digo que lo empecé al menos de seis o siete veces. Y nunca pasaba de las primeras páginas. Cuarenta y seis para ser exactos. Nunca pasaba de ese punto, siempre lo dejaba aparcado. Diez años para no pasar nunca las primeras cuarenta y seis páginas.El viernes pasado día 28 de octubre salíamos como muchos viernes a pasar el fin de semana en casa de mis suegros. Ese fue el día en el que decidí desinstalar las redes sociales y sustituirlas por la lectura. Me quedan muchos libros de King y de otros autores por leer, y quería convertirlo en hábito para poder leerlos todos. Echaba de menos ese momento de meterme en la historia y viajar a mundos grandiosos (¡Ay, Torre Oscura, qué momentos me has dado!). Cogí El viento por la cerradura de la estantería y me lo llevé. Hoy, cuatro días más tarde, lo he terminado. Cuatro días frente a diez años. Yo creo que la conclusión es clara, ¿no?
No sé si volveré a activar las redes sociales, pero viendo los beneficios que me aporta sustituirlas por otras actividades como la lectura, no creo que ocupen mucho tiempo si lo hago. Al menos al principio las mantendré alejadas para hacerme el hábito de hacer otras cosas. Luego, ya veré si vuelvo a activarlas para ver si esta vez, las controlo yo a ellas en lugar de ellas a mí.
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